Violencia, crímenes y pornografía: todo va bastante mal.


Mirar la televisión, escuchar la radio o leer un periódico es exponerse a muchas noticias de crímenes, violaciones y otros sucesos violentos. Estas informaciones inundan, alarman e impactan mucho en la opinión pública y en los ciudadanos. Hay una sobreexposición mediática a la violencia real o fantaseada, a veces confundida, en documentales, series, películas, canciones, novelas y otras creaciones culturales, donde la violencia grave ocupa el centro argumental de esas producciones. También sorprende la facilidad y frecuencia de conversaciones sobre psicópatas, asesinos en serie, homicidios, secuestros y torturas, sobre la violencia sexual y machista y otras muchas violencias, como la ejercida sobre los y las profesionales sanitarias a manos de los pacientes. 

Esta cotidianidad con la violencia no nos “vacuna” e “inmuniza”. Saber los daños que produce nos inquieta mucho más, incrementa la preocupación social y se buscan soluciones urgentes y radicales. Casi al unísono se escucha el lamento por la violencia y la demanda de aumentar los castigos y las penas, para que los agresores corrijan su conducta y paguen por sus delitos. También para que las víctimas vean restaurados sus derechos y sus reclamaciones de justicia y que, todos tomen buena nota de lo que “cuesta” violentar a los demás.


A la presencia diaria de la violencia en los medios de comunicación y las redes sociales se le ha venido a sumar la omnipresencia de la pornografía que, predominantemente electrónica y en internet, ya es visualizada – alguna vez - por el 95 % de los hombres y el 75 % de las mujeres jóvenes. Estos datos se presentaron en la XL Reunión Científica de la Sociedad Española de Epidemiología en el mes de septiembre de 2022. Otro estudio, de Save the Children, y también entre personas jóvenes (18-35 años) constata que el porcentaje de chicos que consumen pornografía es del 81,6 % y el de las chicas el 40,4 %. Carmen Vives y Belén Sanz, investigadoras de la Universidad de Alicante, epidemiólogas de gran prestigio, indican que: “…las personas que usan pornografía tienen una probabilidad 2,4 veces mayor de haber agredido sexualmente a alguien que las personas que no la consumen”. 

La edad de inicio en el acceso a materiales pornográficos es muy precoz, entre los 9 y los 11 años. Sumémosle a esta precocidad la extensión de la presencia pública y abierta de la pornografía. Los contenidos de la misma han aumentado en dureza, crueldad, agresividad y sadismo, convirtiéndola en un muestrario de prácticas extrañas, muchas de ellas violentas, que pueden tener un efecto modelador en la conducta sexual de aquellos que la utilizan de forma reiterativa.


¿Esta realidad de la pornografía, puede estar afectando o produciendo el aumento de la violencia sexual que se observa en los datos policiales? La respuesta es borrosa. Es evidente que si se analizan y comparan los contenidos de la pornografía – como por ejemplo las escenas de relaciones sexuales grupales de varios hombres con una mujer – y los de una violación grupal real, los parecidos son muy similares. Cualquiera puede decir que vistas esas similitudes, las primeras pueden haber sido las incitadoras y modeladoras de las segundas. No obstante, no hay evidencias claras de tipo científico que den completa validez a esta creencia más que extendida. 

Sabemos que la visualización de contenidos violentos en películas o en videojuegos promueve la conducta violenta interpersonal o grupal real, especialmente en adolescentes. El efecto es directo, pero de baja magnitud. Podría suceder lo mismo en las relaciones entre consumo de pornografía y violencia sexual. Es probable que la pornografía tenga influencia en la violencia sexual. Las investigadoras de la Universidad de Alicante antes citadas lo han evidenciado. Esa influencia puede ser directa, pero creemos que de pequeña magnitud en promedio. Pero esa magnitud se va incrementando en la medida en que el receptor de las imágenes pornográficas sea un menor o un adolescente, más fácilmente influenciables por los mensajes sociales. También se incrementa cuando se une ese efecto a historias biográficas de crianza negligente e incluso han podido ser víctimas de abusos sexuales o violencia física en el contexto intrafamiliar o del entorno del desarrollo. Sí, además, le unimos las influencias grupales de sus iguales, favorables a la violencia sexual, los riesgos de que se realicen conductas sexuales violentas y abusivas por parte de estos adolescentes serán muy elevados. 



Prevenir la violencia, en todos sus formatos, tiene que ver con muchos planos de intervención social, comunitaria y personal. Y sin duda hay que actuar sobre la extensión excesiva y omnipresente de la pornografía, la violencia y la crueldad, tan presentes en los medios de comunicación como en la producción cultural. Creo que, además de muchas otras medidas, estas también van a ser necesarias.