DROGAS Y PREVENCION DE LA VIOLENCIA JUVENIL
En todos los países europeos y probablemente en el resto del mundo, el consumo de drogas está asociado a la delincuencia y en particular a la delincuencia juvenil. El informe anual de 2005 de la Unión Europea acerca de la relación entre drogas y delincuencia ha constatado un incremento de los delitos relacionados con las drogas y en especial con la cocaína. Añadan a este dato el siguiente. La última edición de la Encuesta de juventud de Barcelona (repetida cada cinco años desde 1992) destaca, entre otras observaciones, las que hacen referencia al consumo de drogas. Así, fumar porros es normal para el 75% de los entrevistados y un 65% declara haberlos probado. Al 40% les han ofrecido pastillas y al 24% les parece bien su consumo. El 21% aprueba el consumo de cocaína, un 33% manifiesta que le han ofrecido esta droga y un 18% declara haberla probado. El informe sobre consumo de drogas en la ESO recientemente publicado y que ha incentivado, en parte, este plan de vigilancia policial en torno a los centros escolares, afirma que 1 de cada 2 escolares encuestados dicen saber donde encontrar cannabis, cocaína y otras drogas en su entorno escolar y de ocio habituales. Estos datos muestran el aumento de la prevalencia de dichas drogas entre los adolescentes.
También en un reciente informe del Home Office, equivalente inglés a nuestro ministerio del Interior, realizado mediante un sondeo durante el año 2004 entre jóvenes de 10 a 24 años analiza, entre otros aspectos, la relación entre drogas y violencia. Destacan dos resultados. En primer lugar se detecta que entre los consumidores habituales de drogas, el 62% (2/3 partes), había cometido algún delito a lo largo del último año previo a la encuesta. En segundo lugar se indica que entre los jóvenes que habían cometido un delito o falta, un 59% habían tomado drogas a lo largo del último año y solamente un 19% no habían consumido drogas. En términos de probabilidad se puede afirmar que por cada joven que delinque y no consume drogas hay 4.62 jóvenes que han delinquido y consumido drogas (a lo largo del último año). Este dato es concluyente en términos epidemiológicos y si el control policial que se propone tiene un mínimo éxito, su efecto se notará en una reducción de la violencia y delincuencia juvenil.
La droga no es la causa de la violencia pero el consumo de drogas tiene un claro efecto sinérgico con otros factores que anticipan la violenta. De hecho los factores de riesgo del comportamiento violento y del consumo de drogas son los mismos y suelen coincidir en los agresores. Son bien conocidos los efectos intensos de las drogas en el estado psíquico del agresor (especialmente en el caso de la cocaína) que provocan el descontrol emocional, el aumento de la agresividad, la perdida del control racional del comportamiento, etc.. Todo ello, actuando conjuntamente, incrementa la probabilidad, frecuencia y gravedad de la violencia. Además entre violencia y drogas se produce una retroalimentación mutua. Por este efecto un nuevo consumidor de drogas va, gradualmente, a distanciarse de sus compañeros y actividades más pro-sociales, se va a ir integrando en grupos de jóvenes más antisociales y, en consecuencia, va a exponerse a situaciones en las que el uso de la violencia es más y más probable.
El consumo regular de drogas, especialmente las ilegales pero también las legales, es una de las puertas de entrada al comportamiento anti-normativo, delictivo y violento (por este orden), y facilitan la aparición de la violencia. La necesidad y la dificultad de adquirir una droga ilegal están muchas veces detrás de conflictos que frecuentemente producen peleas, discusiones y enfrentamientos, a veces, graves. En estas situaciones los consumidores, si son escolares y adolescentes jóvenes están muy indefensos. Todas estas razones, de un modo u otro, anticipan y sobre todo facilitan las situaciones donde la violencia puede surgir convirtiendo, con un mayor o menor grado de probabilidad, al joven adicto a la droga en un agresor o en una víctima.
Es habitual oír que las acciones punitivas no resuelven la criminalidad y la violencia porque no atacan sus verdaderas causas y que es mejor optar por las políticas preventivas. En este caso, el despliegue policial para controlar el tráfico de drogas en el entorno escolar, es una buena medida preventiva contra el desarrollo y generalización de la violencia juvenil, especialmente entre los adolescentes. Dificultar el consumo inicial de drogas, o interrumpirlo cuanto antes, puede ayudar a evitar que los adolescentes, en la escuela, inicien un camino de consumo de drogas con la consiguiente y muy probable la aparición de comportamientos violentos más o menos graves que lastren su futuro desarrollo, crecimiento personal e integración social en tanto que adultos y ciudadanos pro-sociales.
También en un reciente informe del Home Office, equivalente inglés a nuestro ministerio del Interior, realizado mediante un sondeo durante el año 2004 entre jóvenes de 10 a 24 años analiza, entre otros aspectos, la relación entre drogas y violencia. Destacan dos resultados. En primer lugar se detecta que entre los consumidores habituales de drogas, el 62% (2/3 partes), había cometido algún delito a lo largo del último año previo a la encuesta. En segundo lugar se indica que entre los jóvenes que habían cometido un delito o falta, un 59% habían tomado drogas a lo largo del último año y solamente un 19% no habían consumido drogas. En términos de probabilidad se puede afirmar que por cada joven que delinque y no consume drogas hay 4.62 jóvenes que han delinquido y consumido drogas (a lo largo del último año). Este dato es concluyente en términos epidemiológicos y si el control policial que se propone tiene un mínimo éxito, su efecto se notará en una reducción de la violencia y delincuencia juvenil.
La droga no es la causa de la violencia pero el consumo de drogas tiene un claro efecto sinérgico con otros factores que anticipan la violenta. De hecho los factores de riesgo del comportamiento violento y del consumo de drogas son los mismos y suelen coincidir en los agresores. Son bien conocidos los efectos intensos de las drogas en el estado psíquico del agresor (especialmente en el caso de la cocaína) que provocan el descontrol emocional, el aumento de la agresividad, la perdida del control racional del comportamiento, etc.. Todo ello, actuando conjuntamente, incrementa la probabilidad, frecuencia y gravedad de la violencia. Además entre violencia y drogas se produce una retroalimentación mutua. Por este efecto un nuevo consumidor de drogas va, gradualmente, a distanciarse de sus compañeros y actividades más pro-sociales, se va a ir integrando en grupos de jóvenes más antisociales y, en consecuencia, va a exponerse a situaciones en las que el uso de la violencia es más y más probable.
El consumo regular de drogas, especialmente las ilegales pero también las legales, es una de las puertas de entrada al comportamiento anti-normativo, delictivo y violento (por este orden), y facilitan la aparición de la violencia. La necesidad y la dificultad de adquirir una droga ilegal están muchas veces detrás de conflictos que frecuentemente producen peleas, discusiones y enfrentamientos, a veces, graves. En estas situaciones los consumidores, si son escolares y adolescentes jóvenes están muy indefensos. Todas estas razones, de un modo u otro, anticipan y sobre todo facilitan las situaciones donde la violencia puede surgir convirtiendo, con un mayor o menor grado de probabilidad, al joven adicto a la droga en un agresor o en una víctima.
Es habitual oír que las acciones punitivas no resuelven la criminalidad y la violencia porque no atacan sus verdaderas causas y que es mejor optar por las políticas preventivas. En este caso, el despliegue policial para controlar el tráfico de drogas en el entorno escolar, es una buena medida preventiva contra el desarrollo y generalización de la violencia juvenil, especialmente entre los adolescentes. Dificultar el consumo inicial de drogas, o interrumpirlo cuanto antes, puede ayudar a evitar que los adolescentes, en la escuela, inicien un camino de consumo de drogas con la consiguiente y muy probable la aparición de comportamientos violentos más o menos graves que lastren su futuro desarrollo, crecimiento personal e integración social en tanto que adultos y ciudadanos pro-sociales.