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(del blog: www.robertocolomwordpress.com)


Los 7 Pecados Capitales de la Universidad Española y el Confinamiento


(O de cómo, al salir de la lámpara, el genio ‘online’ no ha traído ninguna solución mágica a esos pecados, ni tan siquiera los ha perdonado)                                         



         Las universidades actuales, presenciales o no, son resultado de las circunstancias históricas y de la evolución reciente de la civilización occidental.
Dicen los expertos que son instituciones inmóviles, como las organizaciones religiosas. De hecho, empezaron siendo lugares asociados a congregaciones de esa naturaleza, después a los gremios profesionales y más tarde se especializaron en la transmisión de la cultura y el arte. Finalmente fueron absorbidas por el Estado, cambiaron su rumbo hacia la ciencia por influencia de Humboldt, y se fueron convirtiendo en grandes instituciones, publicas y privadas, que acogieron en su seno tareas diversas como la investigación científica, el cultivo de las artes y de la cultura. También la formación de profesionales de alto nivel y, más recientemente, incluso el desarrollo de empresas o de sus embriones preconfigurativos (spinoffs).
¿Se aliarán en el inmediato futuro con las grandes compañías tecnológicas o se convertirán en grandes centros de formación a distancia?
Desde siempre, las Universidades albergan estudiantes y profesores (en eso parece que no va cambiar nada, todavía, aunque quién sabe si en vez de profesores habrá robots-docentes al otro lado del webinar). En la medida en que la Universidad fue creciendo como organización compleja, incorporó a otro gran grupo de personas y profesionales (técnicos, administrativos, etc.) que genéricamente se encargan de la gestión de la Universidad.
En el caso de la Universidad española, su historia reciente está marcada por la influencia del cambio social y de régimen político acaecido hace poco más de 40 años. Los cambios más recientes derivan de la entrada en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). De una Universidad jerárquica, clasista y de acceso minoritario, con una tasa de 61 x 10.000 estudiantes en los años 60, se pasó a una universidad superpoblada, democrática, así como inestable y cambiante. La tasa de estudiantes a mediados de los años 70 era de 195 x 10.000 y en la actualidad es de 288 x 10.000.
Veamos ejemplos de esos cambios en cifras absolutas. En Medicina estaban matriculados 14.470 alumnos en 1960 y en 2019 había 44.758. En 1960 había 13.673 estudiantes en Derecho y en 2019 eran 109.000. En 1960 estaban matriculados en Economía y Ciencias Sociales 6.385 y en 2019 eran 128.962. En Psicología no había estudiantes matriculados, porque no existía en 1960, y en 2019 la cifra ascendía a 70.136 estudiantes. Estos cambios no han sido consecuencia solamente del crecimiento demográfico de la población juvenil, que más bien ha ido a la baja en ese período temporal.
Son grandes cambios acordes con la dinámica de los tiempos y con efectos rotundos sobre el sistema universitario y su presencia en la sociedad española. El cambio cuantitativo ha tenido importantes efectos, pero no es el único porque con éste han convergido los cambios políticos, legislativos, económicos y sociológicos, también importantes.
Terremoto
Y ahora sacude a la Universidad un último “terremoto” que afecta a su centro identitario histórico: la docencia presencial.
La esencia de la docencia universitaria, desde sus inicios, ha sido el contacto estrecho entre docentes y estudiantes, sea en el aula, el seminario, el laboratorio o en los diversos servicios universitarios. Tan repentina como bruscamente, a consecuencia de las instrucciones de confinamiento ante la crisis sanitaria del COVID-19, las universidades de España (al igual que las de la mayoría del resto de países) cerraron sus instalaciones de forma inmediata y urgente. Ahora, después de más de 14 semanas de confinamiento, empieza a plantearse la reapertura – sobre todo espoleada por la planificación del próximo curso — con muchas incertidumbres y diseñando el retorno a la normalidad.
Muchas Universidades tradicionales, donde la docencia es presencial, ya han anunciado que al menos el primer semestre será online. Otras que, en el mejor de los casos, será “mixto”, es decir, docencia presencial combinada con la no-presencial. Otras ya han anunciado que será totalmente “no-presencial”, etc.
La crisis está servida.
¿En qué situación ha impactado la crisis de la “presencialidad” derivada del confinamiento y las políticas preventivas contra la pandemia del COVID-19?
¿Cuán sólidos eran los cimientos de la Universidad presencial para resistir esta acometida?
A bote pronto, y como primera respuesta fácil, podemos decir que la Universidad no estaba en su “mejor” momento para enfrentarse a ese reto. Varios frentes la tienen contra las cuerdas: ejemplos destacados son la situación económica deficitaria, el envejecimiento de sus plantillas y los cambios permanentes en muchos de los ámbitos propios de su funcionamiento diario.
Si algo caracteriza a la Universidad actual es que experimenta muchos cambios simultáneamente. Para bien y para mal. Por dentro, la Universidad vive un cambio permanente y, en algunos casos, se ignora si a mejor. Es verdad que la “carcasa” aparente es la misma. Se siguen celebrando actos de graduación con birrete, beca y toga, procesiones de profesores con trajes académicos ultrapasados de moda en las inauguraciones y clausuras, etc. Incluso las universidades nuevas (por supuesto a distancia) realizan desproporcionados –transmitidos puntualmente por las redes sociales en Internet—actos de boato que son aparentes, pero que carecen de sustancia y tradición.
Enumeraré seguidamente los cambios que más afectan a la Universidad, a nuestra universidad, y lo haré en clave de “pecados” para subrayar su lado negativo. También podría calificarlos de “problemas”, pero el término pecado remite a vicio, flaqueza o imperfección—en este caso de una organización—y permite observar críticamente la situación de la Universidad en el momento de la llegada y el impacto del confinamiento.
Pecados Capitales
Los pecados, debates y debilidades de la Universidad española, según mi opinión, la de un profesor senior con bastantes años de actividad y testigo directo de éste período, son los siguientes:
1.- La “gobernanza”.
El gobierno de la Universidad pasó de una jerarquía y autarquía de unos pocos (“los catedráticos a la antigua usanza, a modo de mandarines”) al gobierno democrático, abierto y con múltiples instancias de decisión independientes entre si.
El paso de un sistema a otro supuso un proceso pendular que aún no ha encontrado su punto de equilibrio a pesar de los años transcurridos. Sus efectos se dejan notar en todas y cada una de las actividades diarias de las Universidades. Con el confinamiento, el estilo “popular” de gobierno ha encontrado en las videoconferencias (Zoom, Collaborate, Meet, Teams…) su tabla de salvación, pero ¿a qué precio?
2.- Las “evaluaciones continuas”.
Del examen único, memorístico, súper-exigente, a veces oral ante un tribunal, con resultados de calificaciones binarias, con tasas elevadas de suspensos, etc., a la prácticamente ausencia de evaluación precisa y discriminativa (en lo individual).
Se actúa bajo el eufemismo de “evaluación continua” en la que, por ejemplo, la opinión colectiva de un grupo de estudiantes puede calificar el nivel de conocimientos y habilidades de un compañero o compañera de curso, entre otros inventos para la valoración de los propios conocimientos, las habilidades, las competencias u otros “constructos valorativos” de confusa validez definitoria.
En el campo de la evaluación universitaria, la creatividad ha superado a la llamada “cocina de autor” tan reconocida por su originalidad. Innovamos sin parar y para nada. Ahora, con el confinamiento, las evaluaciones se han prodigado sin control (o ríete del “gran hermano” del control total por internet) y nuestra preocupación es el plagio, la copia o la sustitución de la persona. Como si en la evaluación presencial nunca hubiese sucedido nada parecido: ¿copiar en los exámenes? ¿plagiar los trabajos? “Sexo no, por favor, somos británicos”. La “deshonestidad” de los estudiantes universitarios presenciales siempre han sido más elevadas de lo que se creía (hasta que se estudió). Ahora habría que ver lo que realmente pasa en las evaluaciones “online”. Hoy nadie lo sabe.
3.- Las competencias.
Resulta paradójico que de cultivar las “capacidades y aptitudes” de los estudiantes –conceptos de honda tradición en occidente y bien asentados en la ontología—se haya pasado a la “exclusividad” de un concepto, que calificaré, al menos, como borroso. Así es la llamada “competencia”.
Todo lo que se hace en la Universidad, en el sentido de la docencia y su planificación, responde a ese constructo que apareció para destronar a los demás hace unos 25 años en las universidades: las competencias.
La confusión sobre su significado llevó a la Conferencia de Rectores, allá por finales de los años 90, a delimitar, por comparación, su definición. Las directrices del EEES (“Bolonia”) lo consagraron. Cuando uno lee cualquier Plan Docente se encuentra con este concepto delimitado específicamente y definido, ahora sí, en clave de las clásicas “capacidades” o “aptitudes”, e incluso de las “habilidades o destrezas” tradicionales. Resulta paradójico.
¿Qué pasa ahora con las competencias en el espacio “online”?
Que los estudiantes “disfrutan” siendo mas hábiles que los profesores en el uso de las nuevas tecnologías, ninguneándoles con las cámaras, las capturas de pantalla o los clips de video. Así, uno espera encontrarse con las “caras” de sus estudiantes en el Teams, el Zoom o cualquier otra plataforma de “reuniones” y los estudiantes, incluso cuando han de hablar ellos, no abren su cámara. Declaran proteger así sus datos personales (muchos de ellos desparramados por Facebook o Instagram).
Teams
4.- Los grados y los másteres.
Por fin llegó un buen cambio que ha normalizado la cotidianedad académica de las universidades españolas (créditos, semestres…) con las de otros países de nuestro entorno.
Reducir las licenciaturas de 5 a grados de 4 años (aunque hubiese sido mejor a 3) fue un buen paso adelante. Introducir masivamente los másteres y las formaciones de postgrado en la normalidad universitaria ha sido otro buen paso en la dirección correcta de la modernidad. No obstante, las universidades españolas siguen sin asumir plenamente que deberían dedicarse, de forma preferencial, a unos títulos (grados) o a otros (másteres y doctorados). Es una tarea pendiente y, atendiendo a la geografía universitaria española, sería un buen factor de competitividad y mejora para su futuro.
No todas las universidades tienen que hacer de todo y con la misma dedicación. Las Universidades clásicas, las grandes, las tradicionales, están perdiendo la batalla con las nuevas, con las locales. En vez de convertirse en los grandes centros de la formación especializada y de la investigación, compiten con las recién llegadas en los grados, la extensión universitaria o la “universidad de la experiencia”.
5.- Las universidades “online”.
Poco a poco, instituciones que se crearon en los años 80 para generalizar los estudios universitarios a poblaciones de estudiantes que, por distintas razones (geográficas, políticas, de salud, legales, etc..) no podían asistir presencialmente a las Universidades (entonces no había otra opción porque todas eran presenciales) –las Universidades “a distancia”—se han convertido en las Universidades “online” o “no presenciales”.
En España hay hoy 83 universidades (50 publicas y 33 privadas). De las públicas hay solo una totalmente no-presencial (la UNED) y 6 o 7 totalmente online privadas o semi-públicas (UOC, UNIR, UDIMA…). Se ofertan numerosos títulos semi-presenciales, o totalmente online (ubicados en las universidades presenciales), a una cada vez menos numerosa población de jóvenes que serán sus alumnos.
6.- Los MOOCS.
Hace unos años apareció, como es habitual en muchos ámbitos sociales, una iniciativa formativa a caballo de internet y la globalización que ha sido impactante (ignoro si eficiente): los MOOCS, es decir, cursos abiertos impartidos desde Universidades de prestigio y accesibles por vía Internet a un numerosísimo publico global.
A pesar de su extensión y desarrollo –aún no finalizado– esta modalidad no parece, por ahora, haber sustituido mínimamente a la función de la Universidad tradicional. Quizás no era su cometido, pero sigue siendo una incógnita su efecto masivo en la sociedad más allá de que, en algunos casos, haya sido un catalizador impresionante del desarrollo académico personal. Pienso que, durante la pandemia del COVID-19, se ha hablado muy poco de estos MOOCS.
MOOC
7.- Los profesores.
Las universidades, a diferencia de los clubes de futbol o las empresas exitosas, no saben contratar a su personal.
Al menos las Universidades de nuestro entorno. Quieren (o al menos buscan) un “perfil único” de profesor: prestigioso investigador, a la vez que excelente docente y eficiente gestor. Y no debe ser ‘bueno’ sino ‘excelente’ en todo. Y, eso sí, a un módico precio.
Es como si una empresa buscase el mismo perfil para todos sus puestos de trabajo: igual para el CEO, el director de recursos humanos, el jefe de administración, el chofer del CEO y el encargado de seguridad. O, también, como si para el equipo de futbol se buscara un único perfil: el mejor para la portería, la defensa, el medio campo y la delantera.
Esta aberrante estrategia es la que aplica actualmente la Universidad española en la selección de su personal. El resultado es, naturalmente, un caos: los investigadores, especialmente los de alto nivel, que suelen ser personas introvertidas hasta llegar en algunos casos a la esquizotipia, les disgusta, e incluso rechazan (disimuladamente en el mejor escenario) impartir clase, pero publican artículos de gran impacto y consiguen financiación para proyectos, cosa que la Universidad también persigue y, sobre todo, premia con más frecuencia que los logros docentes.
Hay profesores que entran en la gestión e invierten su carrera académica saltando de cargo en cargo. A veces incluso cambian de rol y pasan de ser profesores a ser gestores y administradores. Otros docentes, a los que sí les gusta la docencia (o, ¿quizás la tertulia?) se olvidan de que tienen que investigar, y, si lo hacen, apenas se aprecia en su actividad docente (además, cobran más o menos igual si abandonan la investigación).
A los profesores les ha caído encima la misma losa: el teletrabajo, o lo que es lo mismo, la “teledocencia” (no me atrevo a calificarlo de “telepredicación”) en formato webinar, “píldora formativa en youtube o vimeo” asíncrona, etc. No deja de ser una “TedTalk” sin, por supuesto, el glamour que rodeaba a las primeras “TedTalks” que animaban las convenciones de directivos de multinacionales.
En el tema del profesorado, y vinculado a la crisis económica del país, el último mal invento, coyuntural en su origen, estructural en su realidad diaria, han sido los profesores asociados reales. No hablo de los falsos, que también los hay (ya es una combinación desgraciada en la Universidad: ser un “falso asociado” y más aún que lo diga la propia institución que los crea). Los que tenían que ser “profesionales de reconocido prestigio en su ejercicio”, y que vendrían a la Universidad a completar la formación académica básica y aportar una visión “profesionalizante” a los estudiantes, han acabado siendo “pluriempleados mal pagados y temporales/permanentes”. Muchos de estos asociados han acabado impartiendo asignaturas troncales de primer y segundo curso de los grados, por falta de personal permanente, académicos que se han jubilado y cuyas plazas no se han renovado. No, no era ese ni el espíritu ni la letra de la LOU.
profesores_precarios
Cuando estos 7 pecados campaban a su aire y se desparramaban por las Universidades sin saber cómo acotar sus influencias negativas, apareció el “seísmo” del confinamiento y su principal consecuencia: los estudiantes y los profesores ya no podían encontrarse en las aulas, laboratorios o seminarios.
Los estudiantes de los másteres dejaron de hacer prácticas en los lugares que les había correspondido. Razones de salud pública y prevención del COVID-19 lo determinaron así, de modo que la Universidad tuvo que mantener el tipo: continuar con la docencia (en las condiciones que fuera), mantener los objetivos del curso académico (es decir, no suspender las evaluaciones), solventar los gravísimos inconvenientes de la suspensión de la mayoría de las prácticas de los másteres y de los experimentos vinculados a los programas doctorales, etc. Y, claro está, salvar la economía, ya muy debilitada, de la propia organización.
Demasiados retos y dificultades para superar el COVID-19 y sus consecuencias.
Por más que los rectores, los equipos directivos, el Ministerio (recién creado y en manos de un veterano y destacado académico) y la comunidad universitaria (en la que me encuentro y participo) nos afanemos por proteger y sobrevivir a esta crisis, la situación que vivimos está afectando a la identidad propia de la Universidad.
Pero si la Universidad, tal y como la conocemos, ha sobrevivido desde hace más de 8 siglos, mejor evitar complicarse con muchos cambios, hacer lo de siempre: profesor y estudiante en el aula, y todo lo que venga en la bandeja “online” a su lugar, un nuevo accesorio tecnológico formativo que complementa la esencia universitaria. Nada más y nada menos.