Hombres, mujeres y violencia de género.
Si hay un deseo actual extensamente compartido, especialmente en las sociedades avanzadas y democráticas, es la
eliminación de todo tipo de violencia y sobre todo la que se ejerce contra las mujeres. Hay tantas razones para sustentar la afirmación anterior que no hay
espacio aquí para describirlas. Este es un deseo compartido, anhelado,
resultado de muchas iniciativas, encabezadas por el movimiento feminista y por
los movimientos pro-derechos humanos. En gran medida la respuesta oficial y de
la mayoría de gobiernos ha sido bastante congruente con esta demanda.
La violencia es un fenómeno fácil
de reconocer (asesinatos, lesiones, agresiones sexuales, humillaciones,
secuestros, coacciones, extorsiones, acoso, ostracismo, chantaje, abandono,
negligencia..) pero complejo y difícil de eliminar. Forma parte de las
estrategias que los humanos disponen para resolver conflictos y ejercer el
poder. Adopta muchas formas y aparece en todos los niveles de la interacción
social. Está presente en casi todos los contextos de la vida social, en pequeños
grupos, como la pareja, la familia o el aula y también de grandes grupos como
las naciones. Por su multiplicidad de formas clasificamos la violencia según el
contexto en que sucede: violencia domestica, escolar, de pareja, laboral.
También la clasificamos según el tipo de victima, resultando así la violencia
contra la mujer, los ancianos, los menores, etc.. o según las motivaciones que
la guían y así hablamos de violencia machista, terrorismo o crímenes de odio,
etc..
Los mismos fenómenos violentos,
por ejemplo un asesinato de una mujer por parte de su pareja hombre se puede etiquetar
de distintos modos: violencia contra la mujer en el seno de la pareja,
violencia machista, violencia doméstica, uxoricidio, violencia familiar,
violencia contra la mujer o violencia de género (y, seguro aún existe otra denominación).
¿Cuál es el más acertado? ¿El más auténtico? ¿El más preciso? … pues, depende.
Y depende del sistema de clasificación y “etiquetado” que se quiera utilizar.
Sobre los sistemas de clasificación de la violencia sí que hay debates y
discusiones importantes. Las denominaciones no son un simple juego de palabras.
¿Cómo debemos denominar a la
violencia física, sexual, psicológica, etc.. que ejerce un hombre sobre una
mujer con la que son o han sido pareja (esposos, novios, amantes, “pareja
sentimental”, prometidos..)? Según la
ley vigente en España es violencia de género, según la ley en Cataluña,
violencia machista, según la UE, violencia doméstica y según la ONU y el
Convenio de Estambul, violencia contra la mujer. Esto no solamente es un poco
lioso, sino que tiene consecuencias prácticas. Por ejemplo, el Tribunal Supremo
español recientemente ha sentenciado que, si un hombre pega una bofetada a su
esposa, es un delito de violencia de género. La misma (o similar) agresión de
la esposa hacia su marido, incluso en la misma pelea, es violencia doméstica. Esta
es la interpretación correcta de las leyes vigentes en España para enjuiciar
este fenómeno. Para aplicar la ley esto no es ningún problema, pero para muchos
observadores legos, ya lo creo que lo es. No tanto por lo injusto o justo de la
cosa, sino porque los mecanismos que producen esos hechos son muy similares, en
el hombre y la mujer que forman la pareja, y por tanto, su denominación debería
ser también la misma. O eso diría la parsimonia.
Veamos con mas detalle esta cuestión.
La bofetada que da un hombre la mujer que es su pareja tiene su origen en un
conjunto de múltiples factores entre los que destaca la desigualdad y superioridad
de éste sobre aquella, razón esencial porque se llama violencia de género a
esta agresión. En el caso de la bofetada de la mujer a su pareja, es también el
resultado de motivos complejos entre los que destacan que son pareja, que
forman una familia y que viven juntos, por eso se llama violencia doméstica.
Pero ¿no son los mismos hechos? Si, pero no reciben la misma calificación jurídica,
la justificación de esta diferencia en la legislación española es la superioridad
masculina del hombre y, en el caso de la mujer el tener relaciones conyugales y
de convivencia con el hombre.
Técnicamente es más parsimonioso
entender que, de entre los muchos motivos y mecanismos implicados en esta violencia
de pareja que venimos analizando, precisamente lo más destacado es que son una
pareja y que en un determinado momento de conflicto entre ellos han decidido usar
la violencia física (esto no presupone decir quién empezó, que produjo el
conflicto, etc..) Estas afirmaciones no indican tampoco que sea la única vez,
ni tan siquiera ponen en duda que el agresor sea un machista. Solamente trata
de destacar que ambos miembros forman una pareja sentimental con todo lo que
eso representa en el plano de sus relaciones anteriores, presentes y futuras.

Las discusiones acerca de la denominación
aparentemente solo tienen una imagen de pugna sin importancia, juegos de
palabras, pero realmente indican formas muy distintas de entender las causas de
la violencia de los hombres contra las mujeres y de sus soluciones.