Creencias versus evidencias, pero sin muchos academicismos.

(post publicado anteriormente en el blog de Roberto Colom)




Preámbulo
Las creencias de los pensadores y creadores de conocimiento en la Psicología y las Ciencias Sociales, también en las Ciencias Políticas y las Ciencias Humanas – con las incógnitas que representa llamar a esas disciplinas “ciencias”– se suelen imponer, en demasiadas ocasiones, a las evidencias referidas a los temas sobre los que versan sus teorías.
Muchos de estos autores acaban contaminando de prejuicios y falsas creencias sus teorías y modelos. Este problema no sería tal si, como pasa con los novelistas y literatos, aquellas creaciones se quedasen en los libros y las estanterías de las bibliotecas, o fuesen solo motivo de discusión tertuliana entre sus partidarios o detractores.
Pero, desgraciadamente, muchas de esas teorías y modelos sustentan propuestas de intervención social que llegan a hacerse realidad gracias a la acción de los políticos o de los profesionales que actúan en numerosos ámbitos de la vida de las personas. Muchos políticos confían en estos “científicos” para diseñar y aplicar intervenciones de gran calado social. También muchos profesionales actúan guiados por esas teorías o modelos, generalmente muy contaminados por las creencias de sus autores o de su entorno, cuando no por ideologías variopintas de moda.
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Hace unas semanas participé en una Jornada, dirigida a profesionales que trabajan con adolescentes que han cometido agresiones y abusos sexuales, para hablar y actualizarnos sobre los avances en este campo de intervención. La Jornada estaba dirigida a trabajadores sociales, educadores, juristas, criminólogos y psicólogos. El tema tenía numerosas vertientes y facetas que iban desde la naturaleza de las relaciones sexuales consentidas, la edad de consentimiento, la adecuación de las leyes para aplicarlas a los agresores sexuales o el impacto de la pornografía, entre otras.
Uno de los temas estrella consistió en definir qué se entendía por sexualidad normativa en los adolescentes. Se daba por sentado que la adolescencia se enmarcaba en un período cuyos límites de edad, más o menos fijos, se sitúan entre los 10-12 y los 18-21 años, aunque cada vez más estos límites cronológicos son borrosos, y en los últimos años se han alargado por arriba, incluso hasta los 25 años.
En las últimas tres décadas se ha producido un cambio importante en cómo se considera el comportamiento sexual de los adolescentes. Antiguamente se consideraba que la abstinencia en las relaciones sexuales de los adolescentes era la norma y lo adecuado. Ahora se considera, por los expertos, que la sexualidad normativa y positiva – para el desarrollo, bienestar y salud del adolescente – es la práctica de relaciones sexuales a partir de los 16 años. Esta referencia cronológica varía según características individuales, del desarrollo y de las circunstancias personales y sociales de cada adolescente. Pero, por favor, quédense con la idea del importante cambio de criterio entre lo que era normativo hace 30 años y lo que lo es hoy.
Hasta aquí nada sorprendente en la sesión. Una buena actualización. Estas referencias están avaladas en la investigación científico-social.
Entre los ponentes le tocó el turno al responsable de un centro de orientación sexual de un barrio promedio (en términos socio-económicos y culturales) de la ciudad de Barcelona. Un profesional de unos 40 años, varón y con una experiencia de más de 10 años trabajando en este contexto profesional, de tanta utilidad para los adolescentes de hoy. En su presentación me llamaron la atención dos declaraciones simultáneas: por una parte, afirmó que la sexualidad normativa para los adolescentes hoy es la consideración positiva de las relaciones sexuales entre ellos, e, inmediatamente después, añadió: “yo sigo la orientación de perspectiva de género y la aplicamos en todas nuestras intervenciones”. Explicó que significaba eso y siguió diciendo: “facilitamos información y orientación a los adolescentes, siguiendo la perspectiva de género, para que desarrollen su identidad sexual sin prejuicios”.
Entendí rápidamente lo que quería decir. Alguien del público le pregunto: “¿Y qué tipo de información vienen a buscar los adolescentes a su centro?” Su respuesta fue: “en primer lugar, buscan información acerca de la anticoncepción, y, en segundo lugar, preguntan sobre temas muy básicos en las relaciones sexuales (por ejemplo, entre las adolescentes de 16 años muchas preguntan si se pueden quedar embarazadas cuanto tienen la regla)”. Y continuó: “pero siempre les hablamos desde la perspectiva de género, para que no tengan problemas de identidad sexual”.
Me quedé un poco preocupado y, así, se gestó la idea de este post.
Creencias versus evidencias
Aquí voy a mostrar algunas “contradicciones” entre ciertas creencias muy generalizadas (propias de un momento socio-histórico y un grupo humano concretos) y las evidencias disponibles sobre ese particular.
Esta dialéctica entre creencia y evidencia está referida a fenómenos que son objeto actual de una demanda social y que requieren de una solución por parte de los profesionales y expertos. Estos casos, por razones diversas, han formado parte de mi escenario académico, intelectual y profesional reciente. Espero que, al menos alguno de ellos, sea de vuestro interés.
Quizás, o sin el quizás, estas contradicciones o sorpresas “contra-intuitivas” en relación con las creencias y la evidencia (iba a escribir realidad) solamente se pueden considerar así en nuestra cultura y sociedad occidental. La obtención de evidencias sobre fenómenos sociales o psicológicos es propia de estos entornos y no está generalizada a nivel mundial. Esta es una restricción a tener presente, que afecta a la generalización de lo que a continuación presentaré.
1.- La adolescencia actual es insoportablemente más problemática que la de antes.
Creencia –> los adolescentes actuales son más irresponsables, más irrespetuosos, más insolidarios, más ingobernables, más impulsivos y más precoces en todo aquello que es negativo o peligroso (beber alcohol, tener sexo, salir de casa solos o conducir vehículos temerariamente).
Esta creencia está bien difundida, más allá del mundo occidental y compartida por la mayoría de las sociedades actuales. Esta imagen tan negativa de los jóvenes y adolescentes de hoy constituye un prejuicio que ha llegado a formalizarse como el “problema de la adolescencia”.
Paradójicamente, cuanto más formamos a los adolescentes para que sean más competentes socialmente, y esta formación dura cada vez más tiempo, las cosas parecen ir peor que antes.
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Evidencia –> los estudios longitudinales bien construidos y realizados indican que, hace unas cuantas décadas, los adolescentes empezaban a beber alcohol más pronto que ahora, tenían relaciones sexuales completas antes que ahora, salían de casa solos más jóvenes que ahora y tenían más accidentes de tráfico que ahora.
Los estudios sociológicos y psicológicos muestran ahora a unos adolescentes con mayor compromiso social, disposición pro-social y más competentes en sus tareas formativas e innovadoras.
Hay que revisar bien nuestras creencias sobre la adolescencia y la juventud para poder hacer mejores políticas y apreciar sus potencialidades.
2.- Una sociedad más igualitaria reducirá la violencia contra la mujer.
Creencia –> la idea es que la violencia contra la mujer, como el fenómeno más grave de la discriminación contra las mujeres, se debe a la desigualdad de género (al patriarcado y la asimetría del poder de los hombres sobre las mujeres) y que un mayor nivel de igualdad – objetivo declarado de numerosas políticas preventivas contra la discriminación y violencia contra la mujer –será la solución de los actuales problemas de esta naturaleza.
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Evidencia –> los estudios epidemiológicos de calidad, y son varios, han demostrado que las cosas no son tan sencillas y que países y culturas más “igualitarias” no solo no reducen la violencia contra la mujer, sino que mantienen unos niveles elevados que son paradójicos.
Un ejemplo de que las cosas no van como se espera – desde las creencias igualitarias –es la llamada “paradoja nórdica”. Según esta paradoja, la violencia contra las mujeres (en contextos de pareja, domésticos y laborales) es mas elevada en las sociedades occidentales del Norte de Europa, donde las diferencias entre hombres y mujeres son menores porque se han intentado eliminar desde hace muchos años por medio de políticas educativas y sociales que buscaban reducir la discriminación y las injusticias que sufrían las mujeres.
3.- La crisis económica (la pobreza) aumenta la delincuencia.
Creencia –> esta creencia, casi una “premisa de oro” básica de la Criminología lega, mantiene que la delincuencia, en general, tiene su origen principal en las desigualdades sociales y la pobreza. La evidencia de que la pobreza genera necesidades a satisfacer que la sociedad no resuelve y aboca a los pobres a delinquir. Esta idea es el “mantra” que anima a políticos e ideólogos a la convicción de que la eliminación de la pobreza es “la solución” de la delincuencia.
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Evidencia –> los datos son tozudos y ponen en cuestión esa creencia en numerosas ocasiones.
La última se relaciona con los cambios socioeconómicos a nivel mundial y local. La reciente crisis económica en España ha ido acompañada de una importante reducción de la criminalidad y no de un empeoramiento.
Otra evidencia potente: la emigración de personas pobres a países ricos, como la gran migración latina a los USA, ha comportado una reducción de la delincuencia en aquellos barrios donde se han instalado los migrantes en las ciudades que los han acogido.
4.- La visión de pornografía aumenta la delincuencia sexual.
Creencia –> ver pornografía, especialmente por parte de los adolescentes y jóvenes varones, pero no solo en estos, aumentará la violencia sexual (abusos, violaciones, etc..) porque estos “consumidores” aprenden y desean realizar las prácticas sexuales que ven en esos videos o películas que – esencialmente – inundan internet y muestran un repertorio de comportamientos sexuales a menudo aberrantes.
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Evidencia –> en términos generales y epidemiológicos, en Occidente, que es donde se “miden” estos fenómenos, resulta que el enorme incremento de la visualización de material pornográfico por la red, especialmente por jóvenes varones, no ha ido acompañado de un aumento sustancial de la delincuencia sexual.
Ciertos estudios retrospectivos, hechos sobre agresores y abusadores sexuales o análogos (maltratadores de pareja, por ejemplo) indican que estos delincuentes eran, en promedio, consumidores habituales o crónicos de pornografía y que, por tanto, estos hábitos se asociaban a conductas sexuales violentas.
Sin embargo, los estudios longitudinales realizados desmienten esa asociación y no encuentran esa evidencia, que probablemente se puede atribuir a los sesgos de la selección de muestras propios de los estudios retrospectivos.
5.- Los enfermos mentales son más violentos que las personas que no sufren enfermedad mental.
Creencia –> no es necesario abundar demasiado en describir esta creencia porque de todos es conocida. Cuando ocurre un delito violento, más o menos impactante (homicidios y asesinatos intra-familiares, matanzas indiscriminadas, graves agresiones sexuales o incluso ataques terroristas, sobre todo cuando incluyen el suicidio del agresor) se suele considerar que el actor de esas acciones violentas debía padecer un trastorno mental.
Parece incomprensible que personas “mentalmente normales y sanas” realicen actos crueles y terribles contra otros seres humanos. Esta idea está muy arraigada en la sociedad en general, pero a los profesionales encargados de estos temas también les cuesta “olvidar” este prejuicio, a pesar de las campañas de las asociaciones en defensa de los derechos de los enfermos mentales.
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Evidencia –> la evidencia es bastante contundente y ya es muy sólida en relación con este problema.
La primera conclusión, que se ha contrastado, en numerosas ocasiones, es que los enfermos mentales son más víctimas que agresores. Por lo general, tener alguna enfermedad mental, discapacidad o trastorno del desarrollo, hace mucho más vulnerables a estas personas como víctimas que al resto de la población.
Además, si bien es verdad que en las prisiones y los circuitos jurídico-penales las personas con enfermedad mental tienen una mayor presencia que en la sociedad en general, es también cierto que, además de ese elemento, tienen muchos otros que son más importantes en la génesis de la conducta violenta que la propia enfermedad mental.
Me refiero a la falta de una red social de apoyo, el consumo de drogas y alcohol, o la presencia de actitudes antisociales en los propios delincuentes. Hoy está bastante consensuado entre los investigadores expertos en esta temática que la enfermedad mental es un factor de riesgo menor en cuanto a la influencia en la conducta delictiva y violenta.
6.- Las mujeres son más de izquierdas (votan más a las izquierdas) que de derechas.
Creencia –> las mujeres han vivido, viven como colectivo, una historia de discriminación y sometimiento larga e injusta. El feminismo da cuenta razonable de esta realidad que hay que cambiar.
En general, los partidos y las ideologías de izquierdas han asumido el ideario feminista en la defensa de los derechos de las mujeres y, en donde hay democracia, buscan el voto de los ciudadanos para introducir los cambios legislativos y sociales que las beneficien. Por tanto, creen que estos votos predominantemente serán de las mujeres. Es razonable pensar que las mujeres votarán mayoritariamente, por razones obvias, a los partidos que dicen defenderlas.
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Evidencia –> en los USA, recientemente, muchas mujeres han votado a Donald Trump, lo que parece incomprensible porque este líder político suele ser contrario a los postulados feministas y es, además, visiblemente machista.
En Andalucía, un 40% del voto obtenido por VOX (que rechaza la ley de violencia de género) ha sido de mujeres.
En Brasil, en donde el actual presidente electo es claramente anti-feminista, también ha recibido muchos votos de mujeres.
Asimismo, y, sobre todo, las encuestas de contenido político suelen indicar que las mujeres se sitúan más a la derecha que los hombres. Esta es una evidencia que la sociología electoral y la ciencia política destacan, precisamente, como una constante en los últimos 70 años en Occidente.
Conclusión
Muchas de las creencias descritas son deseos o aspiraciones, también prejuicios e ideas, mayoritariamente compartidas por legos y profesionales. Pero no hay que confundir lo que uno cree, quiere o desea con las evidencias sobre cómo es la realidad, porque esta confusión puede, a veces, justificar intervenciones iatrogénicas que queriendo hacer un “bien” (beneficiosas) acaban haciendo un “mal” (dañinas).
Las intervenciones sociales son deseables e imprescindibles para resolver problemas graves que afectan al bienestar y los derechos de las personas, pero si se basan en creencias y no en evidencias, generalmente se convierten en intervenciones dañinas y caras.
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Por tanto, conviene diseñar y realizar intervenciones sociales y profesionales basadas en la evidencia. Construir teorías, modelos y conocimiento a partir de la evidencia. Evitar que las creencias influyan en el desarrollo y creación del conocimiento. Quizás este sea uno de los cambios positivos que se generalicen a partir de este nuevo año.
Si al acabar de leer este post pensáis que estas “contradicciones” son las propias de un pequeño burgués, socializado como funcionario del Estado español, no os dejéis llevar por las creencias.