A vueltas con el término “violencia de género".

Tres informaciones se han cruzado en el “espacio” mediático relacionado con la violencia ejercida por los hombres sobre las mujeres y que han reabierto un debate más profundo que una simple discusión terminológica. Las informaciones, todas ellas aparecidas en el mes de Diciembre de 2011, corresponden a: 1) al asesinato de una mujer en Roquetas de Mar (Almeria), a manos de su expareja sentimental y que la actual ministra Ana Mato califico –iniciando la polémica- de “violencia familiar”, 2) la publicación del avance de la Macroencuesta de “Violencia de Género” realizada en el 2011 por el Gobierno de España (Igualdad y CIS) y 3) la noticia de la publicación del informe de “Violencia Sexual y de Pareja” de 2010 realizado por el Centro Oficial de Control de las Enfermedades de los USA. Las tres informaciones hacen referencia (primordialmente) al mismo problema, la violencia contra la mujer realizada por sus compañeros o excompañeros sentimentales, pero utilizan denominaciones diferentes y, en consecuencia, hacen descripciones cuantitativas diferentes, justificaciones diferentes y, lo más grave, avalan estrategias de intervención diferentes para resolver un problema que es, y en esta cuestión hay unanimidad, socialmente muy grave, intolerable y que debe acabarse cuanto antes.
¿Pero cuál es el fenómeno por el que se interesan todos? ¿Es el mismo o son cosas distintas? Entiendo que el problema principal al que todos se refieren es la violencia, en todos sus formatos, que ejercen los hombres sobre las mujeres que son o han sido sus parejas sentimentales. Esta realidad admite muchos nombres pero las denominaciones existentes comportan, en exceso, una connotación demasiado sesgada por las ideologías y creencias referidas a la etiología del fenómeno.
Las denominaciones más frecuentes son: violencia familiar, doméstica, de género, contra la mujer, machista y a veces también violencia sexista. Estas definiciones no son totalmente equivalentes entre ellas: unas son más amplias que otras o se interesan solo por un tipo de victimización o por un tipo de contexto de relaciones y aún otras indican la motivación del tipo de violencia. Naturalmente la discusión acerca de “qué” denominación es más adecuada, generalmente queda enconada en posiciones “a prioristicas” que se resuelven por medio de la lucha política y del ejercicio del poder administrativo. Cuando las izquierdas gobiernan las denominaciones más primadas son “violencia de género o violencia machista”, cuando gobiernan las derechas “violencia familiar o doméstica” y cuando gobiernan los centristas, entonces, casi cualquier combinación es posible para integrar todas las visiones del problema.
El fenómeno al que hacemos referencia tiene límites borrosos y puede variar según desde el punto de mira con que se observe. Es un complejo variado de comportamientos violentos que sufren, mayoritariamente pero no exclusivamente, las mujeres. A las mujeres se las victimiza sexualmente, físicamente, psicológicamente incluso económicamente en diferentes momentos de su vida (cuando son niñas, jóvenes, adultas o ancianas) y en distintos contextos sociales (en la familia, en el trabajo, en el ocio, etc…) y casi siempre los agresores son hombres. También los hombres (niños, jóvenes, adultos y ancianos) son agredidos físicamente, sexualmente, psicológicamente y económicamente en los mismos contextos que las mujeres  y también es muy frecuente que el agresor sea otro hombre.  A estas dos dimensiones, el tipo de violencia y edad de la víctima, hay que añadirle otra más, muy importante y que hace que este fenómeno adquiera una mayor complejidad: se trata de las relaciones que mantienen o mantenían la víctima y el agresor. La relación entre ambos puede ser de cuatro tipos: desconocidos, conocidos pero no-familiares, familiares y de pareja. Cada suceso violento lo podremos clasificar según sean las categorías propias de cada dimensión. Por ejemplo el asesinato de una mujer por un hombre será violencia doméstica o familiar si se trata de una mujer (de la edad que sea) relacionada familiarmente o conviviente con un hombre que no sea su pareja o expareja sentimental, por ejemplo su padre, su hermano o su cuñado. Si es la pareja o expareja del agresor, entonces entra en la categoría de violencia de género. También se podría denominar, a los dos tipos de asesinatos, violencia machista aunque ésta definición se suele aplicar al segundo caso. En cambio si la víctima lo fue de un compañero de trabajo o de su jefe (siempre que no fueran sus parejas o exparejas), entonces no sería violencia familiar o doméstica, pero si podríamos denominarla violencia machista, contra la mujer  e incluso violencia de género.  Más ejemplos sobre estas confusiones. Si un padre abusa sexualmente de su hija o un varón joven lo intenta con una menor conocida, porque es vecina suya en el inmueble, decimos en el primer caso, que estamos ante un caso de violencia familiar y en el segundo, posiblemente, añadiríamos el calificativo de machista o contra la mujer.  Todo se complica mucho más si ponemos en el lugar de la victima a un varón ya que muchas de las categorías mencionadas pierden capacidad descriptiva. Es lo que pasa cuando queremos incluir bajo la etiqueta de violencia de género el caso de una pareja de homosexuales protagonista de incidentes violentos. Si buscásemos toda la casuística posible entenderíamos las dificultades de dar un nombre único a todos estos fenómenos.
Mencionábamos al principio tres noticias para enmarcar el origen de la polémica nominalista pero nos vamos a concentrar en las dos últimas: la macroencuesta de violencia de género y el estudio epidemiológico norteamericano. El estudio epidemiológico realizado por el CDC de USA es una detallada y analítica exploración interesada en estimar la magnitud del fenómeno de la violencia interpersonal en toda su complejidad atendiendo a tres combinaciones de criterios: sexo de la victima (mujeres y hombres), tipo de violencia (física, sexual, psicológica y acoso) y relación entre víctima y agresor (pareja o expareja sentimental y cualquier otro tipo). Este estudio se realizó sobre una muestra de hombres y mujeres representativa de la población adulta de los USA en 2010 de aproximadamente unas 16.000 personas (8.000 hombres y 8.000 mujeres).  En contraste la Macroencuesta de Violencia de Género del Gobierno de España de 2011 consistió en un estudio sociológico muy amplio, en el que se entrevisto a más de 8.000 mujeres, para conocer su realidad respecto de la violencia que han sufrido en cualquiera de sus variedades y ejercida por sus parejas o exparejas. Ambos estudios tienen en común que se interesan por la violencia ejercida por los hombres sobre sus parejas o exparejas sentimentales mujeres (si bien en el estudio USA también se incluyo a los hombres  como víctimas), lo que se conoce internacionalmente como “Intimate Partner Violence” en inglés y que puede traducirse como violencia contra la pareja. Este es el núcleo de la problemática de la violencia contra la mujer, y por una razón esencial: su enorme y desproporcionada prevalencia y sus efectos. La mayoría de la violencia grave que sufren las mujeres jóvenes y adultas es la que ejercen sobre ellas sus parejas o exparejas sentimentales, más de un 90% de la violencia sobre la mujer adulta es violencia de pareja (OMS,2002).
En mi opinión haríamos bien acostumbrarnos a utilizar el término “violencia contra la pareja”  en nuestro entorno social, cultural, científico y político cuando nos queremos referir a cualquier acto violento ejercido sobre un miembro de la pareja sentimental por parte del otro miembro (actual o pasado). Reservemos las otras denominaciones para situaciones que no correspondan a la anteriormente descrita. La claridad terminológica nos permitirá conocer mejor la realidad del fenómeno e intervenir en él con mayor eficacia.