¿Para qué queremos los delincuentes en la prisión?

Vaya pregunta a estas alturas del partido. Todos sabemos la respuesta: porque se lo merecen. Quién se salta las normas debe pagar por ello y más cuando las normas son resultado de la acción democrática de las sociedades que, con toda la legitimidad, deciden como quieren que se castigue a quienes las vulneran. No obstante el avance social de la mayoría de sociedades modernas ha eliminado la tortura y los castigos más inhumanos del repertorio de sanciones penales y ha limitado la pena de reclusión, en cuanto a castigo, a la privación de la libertad de movimientos y poco más. Pero ¿qué finalidades tiene la prisión? ¿Solamente sirve para privar de libertad a los penados? Sus funciones actuales se pueden resumir en cuatro complementarias: 1) Disuadir; es decir que los ciudadanos sepan lo que les va a suceder si vulneran las leyes penales con el objetivo de mantenerlos alejados del delito. 2) Retribuir: la versión más avanzada del castigo, se trata de limitar y sancionar a los que delinquen por medio de restringirles su libertad de acción. 3) Incapacitar (inocuizar): evitar que el delincuente pueda volver a realizar actividades criminales en la comunidad y así preservar la seguridad, al menos durante el tiempo de condena y 4) Rehabilitar: cambiar a los delincuentes, al menos sus hábitos y actitudes, para que se reinserten socialmente y no vuelvan a delinquir.
¿Cumple realmente la prisión sus finalidades en la actualidad? Si respondemos de forma global y en base a impresiones subjetivas y circunstanciales, la respuesta es probablemente negativa. Pero si lo hacemos distinguiendo una a una las cuatro finalidades descritas y de acuerdo a las evidencias que disponemos, la respuesta es distinta. El primer objetivo, a la luz de cómo evolucionan las tasas de delincuencia y la agravación de las penas, parece que no se cumple del todo. El segundo, si tenemos en cuenta lo que nos cuesta a todos “castigar” a los delincuentes con la pena de prisión no estoy seguro que se cumpla del todo. El tercero, atendiendo a las tasas de reincidencia delictiva, debería mejorar, pero es eficaz en una proporción razonable. Y el cuarto, parece demostrado un efecto positivo similar al de otros servicios públicos (sanidad, tráfico, educación…). En resumen las prisiones parecen estar funcionando bien en cuanto a que previenen el delito por dos caminos: inocuizar temporalmente al delincuente y rehabilitarlo socialmente. Toda esta acción tiene su efecto en un grado relativo, no absoluto y de efectos permanentes. Las prisiones tienen efectos limitados, son mejor que nada, probablemente imprescindibles y, por tanto, son un servicio público socialmente rentable y conmparable al resto de los existentes. Pero su misión en cuanto a la disuasión y la retribución, visto lo visto, quizás que nos la replanteemos.
Piensen, ahora sí, para el caso de que conozcan a alguien que haya vulnerado las leyes (y los periódicos cada día nos dan unos cuantos ejemplos). ¿Va a ser útil ir a la prisión en función de estos cuatro objetivos antes descritos?